Fundación Metta-Hspice

Infancia y adolescencia

MUERTES INESPERADAS
Actualidad Duelo Muerte inesperada


“¡Dios Mío!, ¿Cómo puede ser?, ¡noooooo!
¿Por qué?, ¿por qué a mí?, ¿por qué ahora?,”
Esto fue lo primero que me vino a la cabeza, el día miércoles 19 de abril de 2023 cuando supe que mi pareja había fallecido a 500 kilómetros de mí, pocas horas después de nuestra última conversación.
“¡Estaba tan saludable, era tan vital!, ¡nada parecía anunciar lo que sucedió esa noche!”
Este y otros pensamientos se pueden dar cuando vives una experiencia de pérdida de este tipo. Al igual que te visitan diferentes emociones con gran intensidad, y una de ellas es el miedo. En esos momentos el miedo está tan presente que sientes que te mueres con el ser querido, te mueres, pero sin morirte.
De repente el objeto de tu amor ya no está, y el dolor es tan grande que apenas sabes qué opciones tienes para sobrevivir ante tal impacto emocional y físico, porque el dolor es de tanta intensidad que se puede alojar en el cuerpo físico por una temporada.
Empieza un camino para sobrevivir y para entender cómo se puede experimentar algo así sin abandonarte al dolor intenso.
Parece difícil pensar que cuando amamos algo o a alguien con tanta fuerza, pueda convertirse con la misma intensidad en dolor. Después de este sentir se puede hacer difícil contestar a la pregunta: ¿Cuándo amor y dolor cobran sentido juntas? Recalco las palabras, cobran sentido juntas, porque tal y como entendemos amor y dolor no solemos relacionarlas.
Estamos acostumbrados a vivir como normal las emociones que mal llamamos “positivas”, entre las que se encuentra el amor. Por otro lado, lo que solemos hacer con las que mal llamamos “negativas”, es negarlas o huir de ellas. De lo que hagamos con ellas depende en gran medida la calidad en nuestro bienestar ante una situación de dicha índole.
La vida nos pone una vez tras otra ante la realidad de la pérdida de algo que ha sido muy importante para nosotros, o de alguien al que hemos querido mucho. En ambos casos, lo natural es que sintamos dolor en una intensidad parecida al amor que sentimos por el objeto amado. Y al igual que hemos permanecido en el sentimiento de amor mientras duró la relación, podríamos necesitar permanecer en ese sentimiento de dolor, para finalmente, llegar a trascenderlo, facilitando así nuestra comprensión de lo ocurrido.
Cuando estás con tu ser querido y al poco tiempo conoces que ya no le volverás a ver más, la capacidad para comprender esta realidad se hace inaccesible. La buena noticia es que el tiempo, en este sentido, puede sernos de gran ayuda, ya que nos permite ir asumiendo la nueva situación, y además nos ayuda también a colocar el sentimiento de amor y la relación con la persona ausente en otro lugar más adaptativo.
Con respecto a esto último decir que estoy aprendiendo a relacionarme con mi ser querido desde otro lugar, ya no físico, pero sí emocional, él sigue existiendo en mí, y esto me ayuda a llenar parte del vacío que se ha quedado con su desaparición, y esto, cuando el dolor es tan grande, es mucho.
El tiempo y la necesidad de ir tomando decisiones con lo que va aconteciendo en nuestro interior, con lo que vamos sintiendo, sobre todo, con emociones tales como la tristeza, el miedo, la rabia son aspectos que pueden ayudar en este proceso de pérdida. Y, bueno, ¿qué hacer con todo eso, ¿cómo relacionarnos con todas ellas para poder salir en las mejores condiciones posibles tras este impacto? Para saberlo podemos pedir ayuda a los profesionales, sobre todo, en estos primeros momentos.
Por otro lado, puede plantearse en el doliente la siguiente pregunta: ¿qué hago con este amor que siento por el ser querido y ya no puedo dirigirlo hacia él como siempre, y por lo tanto sentirme realizada ahí? Dos actitudes me han ayudado a contestar esta pregunta: una es la búsqueda de otro “objeto” dónde poder dirigir ese amor tan grande que siento por mi pareja. En mi caso lo he encontrado en el servicio a los demás, acompañar a otras personas que sufren como yo y que necesitan aliviar ese sufrimiento. Y la segunda, y más importante, es saber redirigir ese sentimiento de amor hacia mí misma, incluso en estas circunstancias donde el dolor me ha llevado a lo contrario, no quererme. Cómo aprender a querernos cuando nos sentimos tan mal, a momentos sintiéndome muy desagraciada y “fea”, donde llegas a creer que la motivación por vivir se ha ido con el ser querido.
Por otro lado, otra de las actitudes que me han ayudado a salvar este amor que siento fruto de esta relación con el ser amado, es a no pelearme con la muerte, es decir, aceptar que la muerte es parte de la vida y que también está ahí para mí y para mis seres queridos.
Estamos acostumbrados, seguramente por la educación recibida, a negar, a pelearnos y enfrentarnos con la muerte, rechazándola constantemente, temiéndola y huyendo de ella. Hacemos grandes esfuerzos por mantenernos todo lo alejados que podemos y fantaseamos con que ese día estará muy lejos, por lo tanto, cuando llega sin avisar, el primer impacto es como si nunca hubiéramos sabido esta gran verdad, la sorpresa es tan grande que nos tambalea hasta el punto de jugar con la idea de desaparecer para terminar con el sufrimiento. Sin embargo, esta creencia podría tener su origen en el miedo a experimentar este tipo de sensaciones que mal llamamos “negativas”, más que en tener pensamientos adaptativos y facilitadores, como es pensar que para poder superar la pérdida es necesario pasar por este camino de dolor. En el momento que aceptamos esto, es cuando empezamos a relacionarnos de manera más amorosa con nuestras reacciones ante la pérdida. Por lo tanto, es ahí cuando dirigimos la fuerza de una emoción tan potente y sanadora como es el AMOR hacia nuestro ser doliente.
Amor y dolor se unen para facilitarnos la experiencia.