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20/06/2020
EL VINCULO AFECTIVO

Los seres humanos somos relacionales por naturaleza. Estamos predeterminados genéticamente para vincularnos afectivamente y tener contacto emocional para poder regularnos a nosotros y a los demás y esto no se puede hacer si no hemos tenido de una forma temprana una figura de referencia que nos haga de espejo y ayude a formar nuestra propia identidad, quién soy yo, los demás y el mundo.
Cuando nacemos lo hacemos con un córtex frontal inmaduro, por desarrollar, justamente en la zona orbitofrontal es donde se procesa toda la regulación emocional y el bebé necesita de unos cuidados que respondan a sus necesidades básicas y relacionales. La respuesta externa a sus instintos de protección, (abrazos, prosodia, atención a sus necesidades básicas…) produce de forma progresiva un desarrollo del córtex orbitofrontal y una mayor autorregulación, de ésta forma va aprendiendo a confiar en sí mismo, en su entorno y en los demás, se siente seguro cuando el otro está regulado y lo hace sentir así y puede explorar el mundo sabiendo que sus cuidadores van a estar ahí cuando lo necesite.
De forma similar, podríamos decir que una persona cuando se siente vulnerable, en situaciones de enfermedad, pérdida o cualquier situación en la que no pueda encontrar recursos para poder seguir adelante, necesita de la conexión con el otro para poder regular sus emociones, el otro de alguna manera y siempre de forma respetuosa y validando su forma de afrontamiento, funcionaría como neocórtex externo y facilitaría el ajuste afectivo que la persona no puede realizar en ese momento. A nivel neurobiológico, cuando la amígdala está hiperactivada, es donde se procesa en mayor medida el miedo pero también el resto de emociones, hace que el neocórtex se hipoactive, por eso la importancia de en momentos de angustia, poder tener a alguien que nos aporte esa seguridad y presencia que necesitamos en momentos tan vitales.
El sentido de pertenencia forma parte de nuestra biología. Desde que nacemos hasta que morimos formamos parte de grupos sociales, en caso contrario se podrían presentar importantes psicopatologías. Tenemos muchos más músculos faciales respecto a los demás animales, porque nuestro rostro permite una variación de significados, evaluamos constantemente cómo están los demás y esto nos permite una mayor comunicación entre nosotros. De forma evolutiva, hemos ido pasando de ser morfológicamente cuadrúpedos a ser bípedos y esto corrobora esa conexión que nos caracteriza, nos podemos abrazar de una forma más amplia, tener mayor contacto visual, nos podemos tocar mejor al tener las manos y brazos libres, a fin de cuentas nos podemos querer mejor.
Stephen Porges nombra en su teoría polivagal, un concepto que encaja muy bien con el vínculo afectivo, a este concepto lo llama “el marco neurofisiológico de la compasión”, un sistema que podemos entrenar y que nos ayuda a regularnos y poder regular a otros. Tiene que ver con el sistema ventral vagal, encargado entre otras funciones de liberar oxitocina, la hormona de la conexión, seguridad, confianza. Esta parte del sistema vagal no se desarrolla hasta el primer año de vida, por eso la importancia de los cuidados en esta etapa.
Si en circunstancias de estrés no procesamos la experiencia de ésta forma, se tendría que afrontar con otros comportamientos como son la huida, lucha o bloqueo y eso nos va a desregular y en último caso a producir daños tanto fisiológicos como psicológicos si se mantienen durante largos periodos de tiempo. El entrenamiento de éste marco que nombra Porges, es vital si queremos una conexión saludable con el otro. Si yo me regulo, puedo regular al otro a través de las neuronas espejo, nuestra relación está en sintonía y también si estamos regulados, podemos estar más presentes, más en el aquí y ahora, activar la mentalización e intuición y estar para el otro desde su marco de referencia, no desde el nuestro, esto es muy importante cuando lo que queremos es estar por el otro, de ésta forma no proyectamos desde nuestra necesidad sino desde la suya.
El vínculo afectivo entendido desde lo relacional, es dar respuesta a las necesidades de la persona, ser empático, tener capacidad afectiva y poder llegar al otro. En una relación sea de pareja, amistad, familia etc.. se pueden dar de forma simultánea diferentes necesidades que en caso de no ser atendidas pueden provocar creencias en la persona y determinar su forma de sentir y comportarse.
Por ejemplo, un niño pequeño necesita del cariño de su madre pero ésta no está presente en los momentos que lo necesita porque está muy ocupada con su trabajo, el niño por su inmadurez cerebral no puede llegar a comprender ciertas cosas, no tiene la capacidad reflexiva de un adulto y puede que llegue a la conclusión de “mejor no pedir que molesto” o “ soy pesado”, éstas creencias determinan mucho su forma de verse y de ver a los demás, creando series dificultades en sus relaciones. Esto en análisis transaccional es lo que se denomina el guión de vida, determinado por el estilo de apego que hemos tenido en la infancia.
El vínculo se ha de crear bajo una seguridad y confianza, en la que el niño pueda sentirse seguro con sus padres y sin ellos, es lo que se denomina estilo de apego seguro.
De cierta forma, seguimos dependiendo siempre de los demás porque somos seres gregarios pero la dependencia no va a ser la misma, irá progresivamente desarrollándose en interdependencia. De pequeños necesitamos el cuidado de nuestros padres o figuras de referencia y nos dejamos cuidar pero cuando somos adultos éstos cuidados van en dirección horizontal, es más un dar y recibir, reciprocidad, relación de igualdad y aquí es donde juega un papel importante el estilo de apego que hemos aprendido. Nos relacionaremos de forma en la que aprendimos aunque hay formas de reestructurar el guión de vida con personas que nos aporten aunque sea en edad adulta, de esa seguridad, confianza y dar respuesta a lo que necesitamos. El cerebro tiene plasticidad y podemos activar nuevos circuitos neuronales. Es un volver a aprender y lo que hizo daño en relación, se repara en relación.
A modo de conclusión, somos seres con emoción y cognición, algo que nos diferencia del resto de animales y para ello necesitamos entender qué es lo que nos pasa, razonar y analizar la emoción, nuestro cerebro procesa la experiencia desde lo cognitivo, somático y emocional y si éstas tres vertientes de la experiencia no se integran en nuestro sistema nervioso, pueden producir psicopatologías. La fragmentación y la integración siempre se producen en relación, el vínculo afectivo es lo que nos dañará o sanará. Es responsabilidad nuestra tener relaciones sanas y poder desaprender y aprender nuevas formas de hacer, conectando con uno mismo de una manera más holística y plena, conectará mejor con los demás, a fin de cuentas, y en esencia lo que fluye en relaciones seguras y en reciprocidad es el amor, entendido como la energía que nos mueve a unirnos a los demás.







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