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11/04/2020
AYER NO PUDE LLAMARTE...

Ayer no pude llamarte, le dije a Jennifer que me sentía triste y prefería hablar con ella sonriendo. Pero excepto ayer, cada día le hago una videollamada a mi madre, algo que se ha convertido en ritual. Cuando son las 18.30h y ya ha merendado y paseado por el pasillo del piso donde vive con mi hermano. Gracias, Toni.
Mi madre apenas me reconoce y dice como puede, es mi hermana, es mi hermana o a veces, es mi madre, y eso da lo mismo, sigo siendo de la familia y creo que si le llamo cada día su mente procesa más rápido que es alguien querido, aunque sólo sea por la insistencia. Esta suele ser mi conversación:
-Hola mami, qué guapa estás, cada día estás mejor, te quiero mucho
Ella sonríe, mira a Jennifer y me mira
-¿Quieres ver a las perritas? mira qué bonitas, ¿ves la negrita con la que jugabas mucho? Decidle hola a la abuelita”. Las perritas van a su bola y siguen jugando
Ella sonríe, mira a Jennifer, toca el teléfono y me mira.
-¿Nos damos un beso?” entonces me acerco al teléfono y ella también se acerca mientras Jennifer dice con su precioso acento:
-¡Venga abuelita, dígale Te amo! Dígale que le envía su corasón y que está muy guapa”
Después de volverle a decir Te quiero y Hasta mañana, hablo un momento con esta maravillosa mujer que tanto la cuida para ver si ha comido bien y cosas rutinarias, le doy las gracias y le pregunto por su familia. Son sólo tres minutos. Tres minutos de comunicación esencial y básica. Ella sonríe y con eso es suficiente, aunque a veces no sonríe, o llega a decir me da igual. Y a ver cómo interpretas eso…Me quedo con su cara acercándose al teléfono para darme un beso.
Ahora no puedo tenerla los tres o cuatro días al mes como la tenía antes y hay que inventar maneras para mantener la cercanía.
Cuando empezó a no recordar las cosas, yo empecé a pedirles fotos suyas a mis primos, los hijos de su hermana Carmen, por la que tanto ha llorado porque se fue más joven de lo esperado. Se la llevó la infelicidad y el desamor en forma de demasiado vino. Yo siempre quería ir a su chalé en L’Eliana porque olía a flores y tierra y porque me reía con ella, que era mucho más loca que mi madre, siempre tan responsable cosiendo y bondadosa con todos, menos con ella misma. Mis primos nacieron el mismo año que cada uno de nosotros que somos tres: Guille como Toni, M.ª Carmen, como yo y Begoña, como M.ª José.
M.ª Carmen también murió por un cáncer en la garganta, a los cincuenta y tres, como su madre. ¡Vaya! Recibí la noticia en el verano de 2017 en Liébana pasando unos días indescriptibles con unos amigos. No dije nada esa tarde, sólo me quedé más para adentro. ¿Para qué? Aunque Héctor algo notó y se lo conté más tarde, bastó con una mirada de lo siento. Tampoco dije nada a mi madre porque ya empezaba a desbaratarse, en parte porque hacía tan sólo un año que, también por cáncer, su nietecita de cinco años nos dijo adiós después de dos años de graves operaciones ante las que nunca perdió su sonrisa y el hambre y por la que había cambiado su casa para estar más cerca. Afortunadamente, fue una buena decisión porque pasó algunas horas con sus manitas entre las de ella, mientras se iba lenta y dulcemente rodeada de amor.
Y ya van tres.
Me dejo a Lola para otra ocasión.
La memoria tiene que ver con el amor. Lo sé porque he seguido en vivo y en directo su estar yéndose mentalmente y no necesito artículos científicos que me lo corroboren, mi madre se ha ido a un lugar donde no sentir, porque sentir era sufrir. Y la última estocada de Giulia, la nena, la pilló ya mayor y, para colmo, solo dos años después de haber enterrado a mi padre.
Y ya van cuatro.
Se nos amontonaron los duelos, se nos superpusieron los colores del dolor, la impotencia y la rabia, de no entendimiento de nada. ¿Para qué sirve ser buena persona, para qué? Me preguntó la madre de Giulia, mi hermana, poco después de su muerte. No lo sé, pero creo que mejor seguir siéndolo, pensé. Ante ella, sólo encogí los hombros mientras veía en sus ojos un inmitigable dolor y aplazaba el mío. Quizás no me lo preguntaba a mí, sino a la Vida. Mi duelo era invisible, parece ser que tenía que serlo. Prohibido, me dijo Kepa, mi amigo de Bilbao. Prohibido, sí, hasta que se lo presenté bruscamente al mundo después de demasiado tiempo retenido en un otoño depresivo y frío, antes de perder la cabeza y quedarme en los huesos. Fue tal bomba que, hasta el médico, que no quería darme la baja laboral, pronunció con las manos en gesto de “calma, calma”:
- Baje la voz, baje la voz, por favor. Le voy a dar pastillas para dormir y cita con el psiquiatra.
Y escribió en el diagnóstico “Alteraciones en el estado de ánimo. Ansiedad/Depresión”.
-Yo sólo estoy muuuuy cansada. No voy a tomar ninguna medicación, le dije.
Cansada de sostener. Cansada de no llorar. Cansada de estar disponible. Cansada de haberme olvidado de mí. Finalmente, me la dio. La baja, digo. Seis meses he estado, me incorporé cuando empezó lo de Quédate en casa. Y entonces me llamó el psiquiatra:
-M.ª del Mar, le llamo porque tenía cita conmigo pero dadas las circunstancias… -Ya estoy de alta
-¡Ah! ¡Cuánto me alegro! Entonces ¿se encuentra usted bien?
-¡De maravilla! ¡Más fuerte que nunca!
-No sabe cuánto me alegro. Y creo, que en ese momento escribió algo así como “Caso a revisar, posible cambio de diagnóstico a Bipolar”. Pero claro es que el hombre se había perdido el recorrido.
Suelo ir a contradirección, pero ya lo he aceptado. Aprendí a amar mis excesos, mi abundancia, mi impulsividad, mi orgullo, mi arrogancia y también mi creatividad, mi unicidad y cuando los amé y me desculpabilicé, pude empezar a amar todo en todos. Empecé un máster sin matrícula ni título en ternura y humildad. Y empecé a caminar ligera poniendo atención a aquello que realmente se me pedía y no más, como me decía mi abuela siempre: “Xiqueta, no faces mai lo que no se’t demana que després se torna contra tu”. Basta haber pasado una guerra para tener un excelente en Humanidades.
Mientras todo esto sucedía, Álvaro acabó 2n de Bachiller y se fue a Madrid, a la Universidad, eso sí, ¿sabiendo cocinar lo mínimo que completó con llamadas diarias de “Com deies que es feien les llenties? Cumplió los 19 allí, en octubre y conoció a Teresa, al mes siguiente. Y ahora son un tándem. En el primer verano de su vivir fuera de casa me dijo cuando volvió:
-Mamá, no ho he passat gens bé
Y yo le dije algo así como
-Ho sé, però ara ja ho tens i ja saps què pots fer front a les dificultats, ho has fet molt bé, pots estar ben orgullós de tu, jo ho estic.
Y nos abrazamos
A partir de ahí, no paró, a lugar por año, Bolonya, Santiago…con Teresa cerca. Volvió a Madrid y ¡oh, my God! pidió una beca de prácticas y se fue ¡a ¡Roma!, ¡a Italia!, donde empezó la pandemia de manera atronadora. Teresa se quedó en Madrid, con su familia porque ella quiere ser docente y mi hijo tiene alma de periodista.
-Dile al niño que deje de leer El País de cabo a rabo que sólo tiene 9 años, estoy estupefacto, pero también preocupado, eso no debe ser bueno, me dijo Antxon, mi amigo de Eibar.
-Él sabrá, dije yo
Hasta que le descubrí entre sus papeles, un día que ordenaba, comics dónde dibujaba mundos destruidos y periódicos que él diseñaba y entonces le expliqué que igual convendría que hiciera otras cosas más de niño. Lo entendió.
Ahora nos envía artículos desde su teletrabajo donde se saca de la manga y del alma, temas para narrar, temas que enternecen, que duelen, que reflejan la vida confinada y desesperada de muchas personas y también la solidaridad. Aunque le hubieran ofrecido la posibilidad de regresar, que lo pensaron en EFE, hubiera elegido quedarse. Y yo, lo hubiera aprobado. Aunque se me encojen las entrañas de tanto que le añoro.
Ser madre implica esa generosidad, apostar por sus vidas y gestionar tu soledad, apostar por su presente y su incierto futuro, como el de todos, pero que se labra y se libra manteniéndose fuerte, estable y pacífico en tiempos tan difíciles como este. Y confío totalmente en él y aprendo de él. Y le admiro. El humor nos salva. Nos salva a los tres, incluyo a Jasmine que por fin se pudo ir a vivir a Mallorca, la tierra de la que la arranqué a los 14 años porque no vi otra opción.
Mientras el rosario de enfermedades y muertes se iba sucediendo, ella vivió en Valencia, tras haber pasado por Irlanda y Puerto Viejo en busca de prosperidad por la crisis del 2008, pero esto, es otra historia. En un piso cedido por su tía. Gracias, Adelia. Sin balcón, con pocas posibilidades de trabajo y rodeada de amigos impredecibles y un novio-garrapata que ansiaba el dinero rápido y fácil después de haber pasado el pobre su infancia el Restaurante de sus padres. Lo dejó todo cuando en abril, tras haberme concedido el perdón que le pedí y tras recorrer juntas San Juan de Gaztelugatxe, después de haber abierto la puerta a la paz y al amor a sí misma, se le presentó la oportunidad de trabajar en Baleares. Y ahí está, en un pueblecito marinero cercano a Palma, desde el que oye el mar, cerca-lejos de un par de amigas mías del alma con las que se sincroniza para realizar la actual aventura de ir a tirar la basura y decirse hola desde el balcón. La fortuna quiso que un mes antes conociera a Nico, de Tucumán y dado que él trabajaba y vivía en un hotel y todos se cerraron, están pasando estos días juntos, un poco a la fuerza, claro. Y a veces, él quiere volar y a veces ella envía fotos de trajes de novia.
Así es ahora. Se mantiene clara y fuerte. Y yo confío en ella, aprendo de ella, la admiro. Y la echo de menos a rabiar.
También nos salva a los tres el ser cocinitas y nos enviamos fotos de lo que nos hemos preparado. A veces, raro; a veces, delicioso; a veces, para llorar, pero nos reímos y ya tenemos en el bote, un día más.
Vos estime
Vos enyore
La mare


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